La Gestión Emocional

El hecho de que la educación emocional sea uno de los pilares fundamentales para el desarrollo integral de nuestros niños y jóvenes, sumado a que requiere de una práctica continuada a lo largo de todo el ciclo vital, ha llevado al colegio Siglo XXI a conferirle un especial protagonismo en todas las etapas.

El proceso de la gestión emocional incluye tres momentos fundamentales:

1. Además de nombrarla y saber más o menos en qué consiste cada una de las emociones, debemos ser capaces de reconocerla e identificarla con acierto, y no siempre es sencillo.
2. Equivocarse a la hora de contemplar una emoción nos impedirá dar el siguiente paso, que consiste en aceptarla. Aceptar una emoción implica observarla sin pretender modificarla, asumir su presencia sin negarla, ni maquillarla, ni minimizarla.
3. Una vez la hayamos “abrazado” desde la comprensión y el respeto, avanzaremos otro paso más expresándola y canalizándola de forma adecuada; para ello es importante permitir que habite en nuestro interior el espacio, tiempo e intensidad oportunos. Este último aspecto es fundamental para evitar la cronificación de ciertos síntomas desadaptativos o disfuncionales.

Pongamos algunos ejemplos:

En el caso del miedo, el cual funciona como mecanismo de protección ante una situación de peligro, en su justa medida nos salva, pero, en exceso, nos llevaría a una evitación exagerada y, por defecto, a actuar con imprudencia o temeridad.

En cuanto a la ira, su manifestación nos permite marcar el límite a los otros, nos empodera; de permanecer demasiado espacio y tiempo en nuestro interior, mostraríamos una agresividad exacerbada, y, si al contrario, la anulamos o mermamos, manifestaríamos sumisión y nos arriesgaríamos a ser objeto de abuso.

El asco, en su justa medida, nos protege de enfermedades e intoxicaciones; no obstante, llevado a un extremo, nos colocaría en una posición de incomodidad permanente ante la necesidad de higiene o pulcritud exacerbadas, y llevado al otro, rechazo social, infecciones…

El hecho de experimentar tristeza con intensidad y extensión en el tiempo nos conduciría a una depresión y, en cambio, anularla, nos llevaría a sentir apatía y mostrar insensibilidad.

Y respecto a la alegría, experimentándola con excesiva intensidad alcanzaríamos una sobreexcitación, y, al contrario, con escasa intensidad, viviríamos en la insatisfacción.

Si en la etapa adulta encontrar esa “justa medida” ya supone en ocasiones un gran reto, pensemos la dificultad que entraña en la infancia. Por ello, para ser capaces de acompañar adecuadamente a la siguiente generación en el desarrollo y fortalecimiento de su inteligencia emocional, los adultos de su entorno debemos saber transitar, de forma ajustada y adaptativa, por nuestras propias emociones.

Os animamos, además, a que comentéis y trabajéis con vuestros hijos e hijas la gestión de sus emociones, facilitando así que el desarrollo de su personalidad sea ajustado a la realidad y les ayude a realizarse como personas más plenas y felices.

Aunque existe una amplia bibliografía a consultar, tanto para adultos como para compartir con nuestros pequeños, a continuación, os presentamos una breve selección:

• La familia, primera escuela de las emociones, de Mar Romera. Editorial Destino.
• Cómo hay que hablar para que sus hijos le escuchen y cómo escuchar para que sus hijos le hablen, de Adele Faber y Elaine Mazlish. Editorial Medici.
• El gran libro de las emociones, de María Menéndez-Ponte. Editorial Duomo.
• Emocionario, de VVAA. Editorial Palabras Aladas.
• Mira lo que siento, de Cristina Molinero Pérez (Orientadora de Secundaria y Jefa del Departamento de Orientación de nuestro colegio). Editorial Babidibú.